Cuando me dijeron que Sánchez se planteaba dimitir porque no sabía si le merecía la pena seguir siendo presidente no me lo creía. Unos días antes yo también había decidido dejarlo y me sorprendía la coincidencia de que hubiéramos estado pensando en lo mismo a la vez. Lógicamente no estoy hablando de ser presidente del Gobierno, sino de algo que llevo intentando conseguir dos años. Dos años en los que he dilapidado dinero y muchísimo tiempo para alcanzar una meta a la que no he llegado. Lo que me pregunto es si Sánchez llegará a la conclusión de que cometió un error. Reconocer que no te quedan fuerzas es duro. Es quitarte la venda y darte cuenta de que no puedes con todo. Pero también es de sabios. Quien no para a tiempo está condenado a un descenso tortuoso –y no siempre lento– en el que todo le empieza a salir cada vez peor hasta que cae por su propio peso. No estoy contento con mi decisión, pero por lo menos estoy tranquilo. Intentarlo no fue un error. No creo que Sánchez pueda estar contento con la decisión que tome, pero se tendrá que preguntar: “¿Lo intenté todo lo que pude? ¿Llegué hasta el final de mis fuerzas?”. Quizás crea que todo fue un error, o quizás no, pero si no responde a esas preguntas nunca estará tranquilo.