Escribo estas líneas el mismo día de la conmemoración de la Revoluçao dos Cravos de 1974, 25 de abril, con la nostalgia viva como brasa, la admiración por bandera y la envidia a flor de epidermis.

El 6 de abril de este año fui convidado a participar por el documentalista Aser Álvarez, en una conferencia y mesa redonda en unas jornadas sobre la Revoluçao dos Cravos, organizadas por la Cámara Municipal de Melgaço, dignamente presidida por D. Manoel Batista.

Melgaço es un hermoso valle y villa, situada junto al río Miño, en la frontera colindante con la provincia de Pontevedra. Todo el valle, amansado por terrazas descendentes, está repleto de viñas mayoritariamente dedicadas a la producción de un Alvariño, afrutado, sobroso y capaz de surcar el paladar y elevarlo a goces de ensueño.

Resultó llamativa, desconocida y sorprendente la información que proporcioné en mi intervención sobre un interesante personaje gallego, Xosé Velo, firmante del pacto Galeuzca de mayo de 1959 en Caracas. En ese pacto los firmantes, entre los que destacaban el citado Velo, el catalán Juanola Massó y el vasco Andima Ibinagabeita, se comprometían en su párrafo tercero a luchar por todos los medios posibles contra las dos dictaduras ibéricas, el salazarismo y el franquismo. Velo fue nombrado jefe de los comandos de acción y en septiembre del mismo año 1959 creó el DRIL, donde además del apoyo dinerario vasco y catalán, estaban integrados portugueses. La acción más espectacular de esta organización fue el secuestro del trasatlántico Santa María en enero de 1961, que obligó a intervenir a la marina estadounidense y al propio presidente Kennedy. Para los presentes fue un soplo de solidaridad internacional el hecho de que vascos y catalanes estuvieran también presentes en los albores de la Revoluçao, como me confesó el mismo Presidente de la Cámara Municipal, D. Manoel Batista.

Del evento en Melgaço me llamaron la atención varios aspectos. En primer lugar, la alta participación ciudadana de todas las edades y clases sociales, jóvenes, adultos y ancianos, que llenaban el amplio auditorio, anejo a una bien surtida biblioteca, en la Casa de Cultura, un magnífico edificio, situado junto a todo el complejo educativo de la población.

En segundo lugar se notaba en el ambiente, la permanencia de la eclosión y la conciencia revolucionarias, por el interés que percibí en las preguntas, en las exposiciones de los ponentes, en las reacciones de los aplausos y en el empañarse de las miradas.

No menos atractivo era que una villa de mediana población fuese capaz de organizar tantos actos en recuerdo de la Revolución durante todo el mes de abril, prácticamente a diario, con intensificación en los fines de semana, a horas que en nuestros lares serían intempestivas, de las 9 a la 1 en las mañanas de los sábados.

La gran variedad de las actividades, exposiciones de fotografías y libros prohibidos por el salazarismo, homenajes a participantes en la revolución, documentales, conferencias, mesas redondas, escenificaciones teatrales, etc. Fue otra faceta admirable y singular, así como el continuo sonar como música de fondo de la conocida canción de Zeca Afonso Grandola, Vila Morena, señal convenida para el levantamiento y símbolo constante de la Revoluçao.

No quisiera silenciar un valor que los portugueses mantienen y miman, como que he podido constatar en otras ocasiones semejantes: el trato sumamente amable y extraordinariamente cordial, como sólo ellos saben tributar y deberíamos copiar en otras latitudes.

Finalmente, también pude percatarme, diría casi oler, de la conciencia de que Galiza y Portugal son pueblos hermanos, que nunca debieron separarse. Como me dijo en cierta ocasión el gran poeta José Bergamín, enterrado en Hondarribia, “Galicia es un Portugal sin corazón y Portugal es una Galicia sin cabeza”. Una activista de Melgaço, Ludovina Sousa, me agasajó con dos poemas al río Miño, que transcribo al esperanto peninsular. El poeta portugués Jôao Verde decía:

“Viéndolos así tan cerca / la Galicia y más el Miño / son como dos enamorados / que el río trae separados / casi desde el nacimiento. / Dejadlos, pues, enamorar, / ya que los padres para casar / no les dan consentimiento”.

Y el poeta gallego Amador Saavedra replicó a Jôao Verde en los siguientes términos: “Si Dios los hizo siempre / el uno para el otro y tienen dote / en tierras emparejadas / por la misa agua regadas / con o sin consentimiento / de los padres el tiempo ha de llegar / en que tengan que pensar / en hacer el casamiento”.

Historiador