El reciente anuncio de nuestro Ayuntamiento sobre el Festival de las Flores, que incluye la decoración de monumentos y esculturas emblemáticas de la ciudad, plantea cuestiones pertinentes sobre la relación entre el arte, la cultura y la efímera belleza de la naturaleza. Pues en el trasfondo de la efervescencia primaveral y el colorido –y el olor– de las flores, se oculta una práctica que merece ser sometida a un escrutinio crítico: el uso de obras de arte público como lienzos efímeros para la ornamentación.

En este contexto decorativo, surge la pregunta inevitable: ¿es apropiado utilizar obras de arte público, como El caminante del fallecido escultor Juanjo Eguizabal, como telón de fondo para una exhibición de flores? La respuesta, desde una perspectiva crítica, debería ser matizada. Si bien es comprensible el deseo de embellecer el entorno urbano y celebrar la llegada de la primavera, esta práctica plantea dilemas éticos y estéticos que no pueden ser ignorados.

Además, esta situación nos lleva a reflexionar sobre una omisión significativa por parte de las instituciones: la falta de un homenaje adecuado al autor de la obra. Eguizabal, creador de El caminante, merece ser recordado por su contribución al paisaje cultural de Vitoria. Su fallecimiento a los 61 años en 2022 dejó un vacío en la comunidad artística, y resulta lamentable que, hasta la fecha, ninguna institución le haya realizado un homenaje.

Es particularmente irónico que la escultura de El caminante haya sido utilizada como un soporte decorativo coincidente y de reclamo con numerosas actividades institucionales a lo largo de las décadas. Desde siempre, ha sido disfrazado para coincidir con eventos locales, pero en ninguna ocasión se ha contemplado la posibilidad de rendir un tributo digno al autor de dicha obra. Las flores, en lugar de adornar la escultura, deberían colocarse como un homenaje al creador fallecido que dio vida a esa pieza.

Esta omisión no solo es una falta de reconocimiento hacia el trabajo de Eguizabal, sino también una oportunidad perdida para valorar su legado a la ciudad. Un homenaje adecuado habría permitido a la comunidad artística y al público en general rendir tributo a su obra y reflexionar sobre su significado en el contexto cultural de Vitoria.

En conclusión, mientras celebramos la belleza efímera de las flores en la primavera, no debemos olvidar el valor duradero del arte público y el respeto que merece. Utilizar obras de arte como meros soportes para una exhibición floral puede resultar tentador para algunos, pero debemos resistirnos a ese impulso en aras de preservar la integridad y el significado de nuestro patrimonio cultural. El arte merece algo más que ser una mera decoración estacional; merece ser apreciado, debatido y protegido con la reverencia que se le debe a toda expresión humana significativa. Y sus creadores merecen ser recordados y homenajeados como parte integral de su legado.